Sin duda, México y el mundo atraviesan por un momento que exige cada vez más la acción de la ciudadanía como colectivo organizado. La constante violación a los derechos humanos, la debilidad actual de las instituciones democráticas, así como los altos niveles de desigualdad, impunidad, crimen organizado y corrupción, colocan como protagonista a una ciudadanía demandante de justicia, transparencia, libertad de expresión e información, que ha hallado en la apropiación de la tecnología la oportunidad de incidir en el cambio social.
Internet y las nuevas tecnologías, que despliegan un amplio abanico de aplicaciones y plataformas de interacción como el correo electrónico, el video, el videoblog, el blog, el streaming, el podcast, las redes sociales, el skype y el whatsapp, por mencionar las más comunes, han traído nuevas formas de organización para la acción.
Sin embargo, es importante dimensionar su uso para no caer en su idealización, ya que se ha alimentado un imaginario no tanto respecto del alcance y poder que tienen ―lo cual es cierto de alguna manera―, sino de la facilidad y rapidez con las que funcionan.
Es decir, se ha creado el espejismo de que con reproducir una información por cualquier vía celular o digital, inventar el hashtag más original o dar un “me gusta” a una causa ―de cualquier índole―, se está haciendo activismo, convirtiendo esta creencia en uno de los mayores obstáculos para el desarrollo del verdadero activismo digital.
Si bien es cierto que el simple hecho de “compartir”, “retwittear”, dar “like”, “arrobar” un mensaje o firmar el llamado a una causa representa un tipo de acción, el activismo digital exige mucho más, sobre todo porque este debe concretarse en el mundo off line, en la vida “real”.
Así, para un activismo digital es necesario:
- Conocimiento de la causa. Aun cuando haya interés o empatía por algún tema, demanda o petición específica, deben conocerse sus antecedentes, contextos legales y recursos jurídicos. No basta con estar a favor o en contra, se requiere un conocimiento profundo del problema.
- Seguimiento de la causa. Aunque un “like”, comentario, firma o reproducción de contenido son válidos y cuentan, el activismo implica enterarse de lo que sucedió después de ello, y de las acciones que le siguen.
- Compromiso con las acciones que se derivan. El activismo digital no termina al apagar la computadora o el dispositivo móvil. Esto es algo que necesita comprenderse. Ya sean reuniones, pronunciamientos, movilizaciones, manifestaciones, tanto on line como off line, la participación comprometida genera fuerza social.
- Informarse e informar. Ambas acciones requieren, sin duda, de un esfuerzo al que no todas las personas están dispuestas. Debido a que ha disminuido el interés por leer más allá de cuatro líneas, y al entrampamiento de la inmediatez, se cae en el grave error de no cotejar la veracidad de las fuentes y la vigencia o actualidad de la información que se recibe u obtiene, así como la selectividad de la misma. Por otro lado, el activismo tiene que ver con la acción de informar, pero no solo reproduciendo lo que circula sino a través de la producción de contenidos fiables, fundamentados, verdaderamente útiles que sirvan para aclarar, instruir, desmentir. Por supuesto, la lectura constante de otros contenidos y comentarios es vital para conocer el nivel y estado de la información que posee el público usuario.
- Una red de contactos amplia y útil. El alcance del activismo digital depende de los contactos, del grupo de “amigos” en Facebook, de los “seguidores” en Twitter o Youtube, o los grupos de chat de los cuales se es parte. Es decir, si el grupo de “amigos” es reducido, se reducen también las posibilidades de alcance. Pero si de recibir información se trata, es necesario también seleccionar los contactos, pues si la red que se tiene carece de involucramiento, conciencia política o conocimiento de la causa, en esa medida será el impacto de la información que se reciba.
- Ser usuario/a activo/a. Por más obvio que parezca, hay que puntualizar que para que todo lo anterior sea posible, es imprescindible dedicar una gran parte del tiempo a la actividad on line, al uso de aplicaciones de los dispositivos móviles, y al aprendizaje y uso de las tecnologías.
Ahora bien, a pesar de que, como ya se dijo, hay una amplia gama de herramientas para la organización y acción por el cambio social, el uso preponderante de las redes sociales desafortunadamente ha limitado el desarrollo y alcance del activismo digital.
Las redes sociales digitales han sido punta de lanza para un mayor alcance, pero no son la única herramienta, sobre todo considerando su uso superficial. Hay contenidos triviales con una viralización impresionante, que llevan a pensar en la importancia y poder que se lograría si los contenidos apuntaran a una causa social. Pero no es así o, por lo menos, no es lo común. Internet y los dispositivos móviles están repletos de contenidos que fomentan el odio, la misoginia y la violencia, que son “compartidos”, comentados y aplaudidos a una velocidad increíble. Es por eso que, en medio de todos los usos de las redes sociales, se diluye el potencial del activismo.
Este persigue trastocar el mundo off line, configurar nuevas formas de expresión y protesta, incidir en la agenda política e incluso encontrar eco en los medios tradicionales. Y aunque la tecnología y la conectividad son fundamentales, no lo son todo, ni son necesariamente determinantes: el involucramiento y participación off line son indispensables.
Hay quien comienza la actividad on line en solitario o con un grupo pequeño y logra el alcance suficiente hasta concretar un movimiento off line. Pero en otras ocasiones se sigue el camino inverso: las acciones comienzan off line y se consigue la amplificación del mensaje vía on line.
Posiblemente la manifestación más clara de este vínculo on line-off line es la relación entre concientización y toma de decisiones. En la medida en la que el activismo digital impulse y concrete la toma de decisiones podrá hablarse de que existe y funciona.
En este momento histórico de la llamada Sociedad de la Información, caracterizado por la eliminación de las barreras de tiempo y espacio, parecería que estamos viviendo en el sueño de “#TodosSomosActivistas”. Pero he aquí lo más importante: la concientización y la cultura de la defensa de derechos.
En efecto, hay muchas condiciones sociales y económicas que obstaculizan el crecimiento del activismo digital, como el aún limitado acceso de la población a internet, que en México representa menos de la mitad; pero en la base está, sobre todo, el desconocimiento ―incluso la apatía― sobre los derechos humanos, civiles, sociales, políticos, laborales…
Es cierto que hay personas que llegan a la concientización y cultura de defensa de los derechos comenzando como meras observadoras de los contenidos que circulan, y por ello requieren de contactos que les provean la información adecuada.
Sin embargo, aun con esto y el grano de arena que cada quien aporta, es necesaria la organización colectiva, que a su vez resulta imposible sin el involucramiento en las acciones on y off line. Este es un verdadero compromiso que exige convicción y disposición, pero sobre todo conciencia y conocimiento de causa, cuya carencia es justo lo que dificulta integrar la suficiente fuerza colectiva.
El nivel de activismo digital es, finalmente, reflejo de la capacidad organizativa y la concientización ciudadana. Sin lo anterior no se desarrollará un activismo generador de cambios y toma de decisiones ni on line ni off line.